Realidad y ciencia mata ficción

Dean R. Koontz desarrolló en una novela de 1981 una trama con sorprendentes coincidencias con la actualidad. Otras novelas históricas también fueron premonitorias.

En Pierre Menard, autor del Quijote , Jorge Luis Borges habla de un escritor que redactó letra por letra varios capítulos de la obra de Cervantes, sin copiar ni transcribir. ¿Hay algo más mágico que la literatura? Eso mismo se preguntan hoy los asombrados lectores de un prolífico novelista estadounidense de terror, suspense y ciencia ficción. No es para menos: hace casi 40 años presagió lo que está pasando ahora con el coronavirus.

Dean R. Koontz relató en una obra publicada en 1981, Los ojos de la oscuridad, la irrupción en el mundo del siglo XXI, concretamente “alrededor del año 2020”, de un arma biológica denominada “virus Wuhan-400”. Las alusiones a la epidemia aparecen en el capítulo 39 y forman parte de una trama secundaria de la historia. Pero las sorprendentes coincidencias con la alerta sanitaria lanzada por la OMS despertaron la imaginación de los internautas.

Las redes sociales, que necesitan muy poco para incendiarse, arden con la noticia. Es verdad que el bueno de Koontz, un superventas al que definiríamos como “voluntarioso y muy trabajador” si fuese futbolista, habla de algo parecido a una neumonía que se expande, aparentemente inmune a los tratamientos convencionales. Y es verdad también que sitúa su origen justo en un laboratorio militar en Wuhan, el epicentro de la epidemia en China.

De las infinitas ubicaciones posibles, tuvo que ser precisamente esa. Este veterano autor, que ha vendido millones de ejemplares de sus libros y al que la critica literaria acostumbra a mirar por encima del hombro, vive estos días su gran momento de gloria. Paradójicamente ese reconocimiento le llega a los 74 años, después de inmensas ganancias, más de cien títulos publicados y casi veinte adaptaciones cinematográficas.

De todas sus novelas, la que dio más juego en la gran pantalla fue Phantoms, dirigida en 1998 por Joe Chappelle y protagonizada por un Peter O’Toole que había tenido tardes mejores. En el reparto también figuraba un por entonces semidesconocido Ben Affleck, que sin embargo tuvo uno de los grandes diálogos de la película. Un diálogo, por cierto, en el que muchos también creerán ver resonancias macabras con la actualidad:

–¿Qué es esto? ¿Algo biológico, químico u otra cosa?

–Yo diría que otra cosa.

Los especialistas insisten en que el episodio del coronavirus es muy preocupante y grave, pero no es el Armagedón ni una pandemia letal. La gripe mata cada año a muchísimas más personas que el Covid-19. Sin embargo, quienes prefieren optar por el catastrofismo pedirían para el autor de Los ojos de la oscuridad el Nobel de Literatura, versión premoniciones, si tal cosa fuera posible.

En España las obras de Dean R. Koontz han sido publicadas, entre otras editoriales, por Plaza&Janés, Debolsillo y el Círculo de Lectores. Ha sido tan fecundo que ha debido utilizar varios heterónimos a lo largo de su carrera para no quemar su imagen de marca. Algo parecido le ocurrió a Stephen King​, que ha firmado algunas de sus obras como Richard Bachman o John Swithen.

Si sus traductores han sido fieles al original, nuestro hombre es muy propenso a utilizar de forma reiterada expresiones como condenadamente, en ocasiones más de una vez en un mismo párrafo, lo que da redunda en la sensación de pobreza de léxico. También Alejo Carpentier usa con extraordinaria profusión el adjetivo tremebundo en El siglo de las luces (Austral), pero a nadie se le ocurriría acusarle de lo mismo.

Los ojos de la oscuridad es un libro condenadamente premonitorio, dicen los internautas. Lamentamos arruinarles la ilusión, pero este no es el primer caso ni el más asombroso. La también estadounidense Kressmann Taylor (1903-1996) lanzó en 1938 una lúcida advertencia contra la vesania nazi y el horror de los campos de concentración, muchísimo antes de que se destapara esta realidad. Lo hizo en una muy recomendable novela epistolar, Paradero desconocido (RBA).

Y qué decir del alemán Emil Ludwig (1903-1996). En su ensayo Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin (Acantilado) adelanta el desastroso final del pacto Ribbentrop-Molotov, los juicios de Nuremberg y la división de Alemania en dos bloques, entre otros muchos acontecimientos. Su obra se publicó en 1939, cuando la Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar.

¿Tenían Kressmann Taylor y Emil Ludwig dotes visionarias? Por supuesto que no. Eran personas inteligentes y previeron con gran sagacidad lo que podría pasar. Con mucha imaginación y un poquito de suerte, eso le ha ocurrido a Dean R. Koontz. Quienes se maravillen ante su visión de futuro deberían releer a un tal Jules Verne, ese sí, con una capacidad anticipatoria contrastada.

No sabemos qué diría Verne de todas las cosas que adelantó, pero sí sabemos qué dice David Monteagudo, una de las voces más interesantes de las letras españolas desde que debutó en el mundo literario con Fin​. Suya es también la fantástica Marcos Montes (Acantilado), que arranca con unos mineros sepultados por un derrumbe y la angustiosa espera hasta que los salvan.

La presentación de la novela coincidió con una tragedia idéntica, la de la mina San José, en Chile, el 2010. La suerte de los mineros chilenos tuvo al mundo en vilo y acabó con un final feliz. El escritor, que hablaba de un accidente y un rescate muy parecidos en su texto, restó importancia a la coincidencia: “Después de todo –le dijo al cronista– poeta y vate son sinónimos. Y vate viene de vaticinar”.

Clarín. Clarín Cultura. 25/02/2020