La mujer y la literatura

Queremos rendir nuestro particular homenaje a todas esas mujeres que, aun sin tenerlo fácil, se abrieron camino en el difícil mundo de la literatura, territorio históricamente reservado a los varones. Como es sabido, las mujeres han sido tradicionalmente relegadas a un lugar secundario, quedando su papel limitado a la vida familiar, el cuidado de los hijos y las labores domésticas. Se llegó incluso a afirmar que la mujer era incapaz de valerse por sí misma, por su naturaleza peligrosa y su inteligencia inferior.

De la misma manera, hasta mediados del siglo XIX en la literatura se condenaba, de un modo u otro, los comportamientos “inmorales” de las mujeres —entiéndase por ello toda conducta que no implicara quedarse encerrada en su hogar al servicio de su familia—. Por lo tanto, no es de extrañar que sea difícil encontrar ejemplos de escritoras nacidas antes de dicha época. Sin embargo, no podemos pasar por alto nombres como Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz (gran defensora de los derechos culturales de la mujer) o Madame de Staël, auténticas revolucionarias de la época en la que les tocó vivir.

Esto no quiere decir, sin embargo, que el siglo XIX fuera un periodo fácil para las mujeres de todo el mundo. Sólo algunas valientes se animaron a desafiar los cánones de su tiempo y buscaron formas de estar presentes en lo público. En esta época aparece el romanticismo, movimiento que exaltaba la rebeldía y la libertad pero, paradójicamente, las mujeres nunca tuvieron la misma oportunidad que los hombres para transgredir, ya que la sociedad no estaba en posición de soportar más cambios radicales. Esto explica por qué muchas escritoras de la época tuvieron que publicar su obra bajo pseudónimos masculinos como Georges Sand o poner sus asuntos en manos de sus padres, como es el caso de las hermanas Brönte.

Ahora bien, a partir de la mitad del siglo XIX, con el realismo, comienza a aparecer un tipo de literatura que busca la representación objetiva de la realidad, de lo que sucede. Junto a esta corriente emerge un nuevo tipo de imagen femenina, de mujer anulada y oprimida por la sociedad. Esta mujer se rebela contra lo establecido y, cansada de ser incomprendida, se deja llevar por sus pasiones e impulsos y rompe con los cánones impuestos por la sociedad tradicional, que tendía a lo puritano. Obras como Madame Bovary, La Casa de Bernarda Alba o Tristana son buenos ejemplos de este tipo de literatura. Así la sociedad comienza a tomar conciencia de la situación y aparecen los movimientos feministas que sirvieron para que las mujeres lucharan por sus derechos y cambiaran su situación, abriendo el camino para la futura proliferación de autoras femeninas.

Jane Austen, Mary Shelley y Virginia Woolf en Inglaterra, Harriet Beecher Stowe en Estados Unidos, Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán en España y, algunos años más tarde, la chilena Gabriela Mistral, son algunas de aquellas mujeres que se atrevieron a desafiar las normas impuestas por la sociedad y consiguieron, aun teniéndolo todo en contra, hacerse oír y allanar el camino de otras muchas que las seguirían a partir del siglo XX.

Por: Entre libros y letras. El blog de IberLibro