Ella, Emilia Santiago Cadelago, veinteañera; él, Leopoldo Lugones, 52 años, vivirían una historia de amor prohibido y clandestino.
Lugones se sentía solo. Adoptó un carácter hosco, que puso de relieve una mañana de 1926, cuando una jovencita acudió a la Biblioteca del Maestro, de la que el escritor era director, para conseguir un ejemplar de su libro Lunario Sentimental. La obra, editada en 1909, estaba prácticamente agotada y la chica debía leerla como tarea asignada en el Instituto del Profesorado, donde estudiaba.
“¿Qué quiere? ¿Un autógrafo?” preguntó Lugones. Como no tenía ningún ejemplar a mano, la citó para unos días después. Desde ese momento, Lugones quedó encandilado con la joven Emilia Santiago Cadelago.
Fueron años de un amor prohibido vividos con intensidad. La confidente de Emilia era su compañera en Filosofía y Letras, María Inés Cárdenas de Monner Sans. Emilia dispuso que, a su muerte, las cartas de amor que el poeta le escribiera pasaran a sus manos. Gracias a ella, que escribió Leopoldo Lugones. Cancionero de Aglaura. Cartas y poemas inéditos, conocemos las cartas que un poeta profundamente enamorado le escribiera a Emilia:
“Cuánto y cuánto te quiero, mi dulzura lejana. No hago ni he hecho más que recordarte y padecer con tu ausencia, y así será, querido amor, hasta que vuelva a verte. ¿Cuándo?”
“El sabor de tus labios queridos permanece en mi boca con un gusto de flor, que es el tuyo, mi diamela, y hasta el vacío de mis brazos conserva todavía la suavidad de tu cintura.”
Tras años de una relación oculta entre ambos, fue que por 1932 o 1933 Polo Lugones, hijo de Leopoldo, visitó a los padres de la joven Emilia, Domingo Santiago Cadelago, ingeniero de la Armada, y su esposa Emilia Moya, en su casa de Villa del Parque. El motivo de tan inesperada visita fue el de informar al matrimonio acerca del amor oculto de su hija. Les dijo que hacía tiempo había intervenido el teléfono, que tenía grabaciones de conversaciones y les advirtió que si esa relación no concluía, él comenzaría los trámites para declarar insano a su padre.
Finalmente, las amenazas tuvieron el efecto deseado. Nunca más se volvieron a ver. Él imploraba en sus cartas: “Ayer mientras iba del Círculo a La Fronda, ¡tenía tanto deseo de verte! Me parecía a cada instante que serías una de todas; y todas eran feas, vulgares, tontas, cursis. Y la primavera se quedó triste sin su golondrina”.
Emilia siempre culpó al hijo de Lugones del estado depresivo del padre, que lo terminó llevando al suicidio, y que la principal causa fue que haya hecho lo imposible por cortar la relación que ambos mantenían.
Emilia Santiago Cadelago fallecería, soltera, el 12 de mayo de 1981. Su última voluntad fue que la enterrasen con un gato de peluche que Leopoldo Lugones le había regalado. Nunca lo había olvidado.