Dentro y fuera de “Mafalda”, Joaquín Salvador Lavado representó, representa, seguirá representando el estado de las cosas en el mundo: a veces en forma dolorosa, pero siempre desde una profunda humanidad.
No hay manera de comprobar si sucedió efectivamente así, pero la anécdota es muy potente: cuentan que cuando los nazis allanaron el domicilio de Pablo Picasso en París, un oficial le preguntó si él era el autor de ese revoltijo llamado Guernica. “No, esto lo hicieron ustedes”, dicen que dijo el pintor.
Ante la visión de esas viñetas que atraviesan el tiempo, que nos siguen representando, que siguen señalando males eternos de la Humanidad, Quino podría haber dicho algo parecido. No parece casual que uno de sus “chistes” más célebres sea ese en el que una empleada de limpieza ordena toda una habitación… incluyendo al Guernica. Dicen que era uno de sus favoritos, también es difícil de comprobar.
Joaquín Salvador Lavado fue dibujante y humorista, claro. Pero ante todo fue un creador con la mirada afiladísima y la antena siempre bien orientada para registrar el mundo en el que vivía, y su brutal distancia con el mundo que deseaba. Lo que ponía frente a los ojos de quien quisiera animarse a ver era lo que hacía él, y era lo que hacían los diversos componentes de la sociedad. Y entonces, como muchos males de este planeta tienden a pervivir más que a sanear, su obra es eterna. Resuena con la misma potencia hoy lo hecho 40, 50, 20 años atrás. El único anacronismo es la tecnología o el vestuario que retrata. En lo demás, todo sigue demasiado igual.
Por eso cuesta tanto decir la noticia y empezar a hablar en pasado. Murió Quino, y al borde del mediodía de la última jornada de septiembre pudo sentirse el sonido de millones de corazones estrujándose de pena. Solo desde la necedad puede negarse lo que significa Quino y sus criaturas –que no son solo Mafalda y sus amigos y sus padres- para los habitantes de este país. A menudo se identifica al “artista popular” más con la figura del performer, desde la música, la actuación, lo que sea. Pero Quino, hombre inclinado en un tablero para retratar el mundo, fue, es, será un artista enormemente popular.
Esa popularidad, esa sintonía inmediata con el lector, se inició en un ámbito curioso, el de la misma publicidad a la que en su obra dirigió más de un dardo. Hay abundante prueba de que para Quino Mafalda fue solo una etapa de su vida, a tal extremo que decidió ponerle punto final cuando más de uno hubiera seguido sacándole jugo. Ahí ya estaba todo dicho, razonó. Para Quino la viñeta única o en algunos cuadros muchas veces silentes era un universo mucho más rico, lleno de posibilidades, en el que podía retratar directamente cosas que en Mafalda también estaban, pero con el barniz del costumbrismo en ese universo de niños.
Por supuesto, no eran unos niños cualquiera, y ahí había también una pintura de la Humanidad. Las inquietudes de Mafalda encontraban perfectas paredes de rebote en el establishment –querible, pero establishment al fin- que representaban Manolito y Susanita, que expresaban el capitalismo de manera endulzada pero a veces brutal. Libertad y Guille eran la feliz anarquía, el llamado a romper el sistema, uno desde el salvajismo de un niño pequeño y nada complaciente y la otra desde una formación donde se entreveía a una madre sola y militante. Felipe era un poco todos nosotros, o esa faceta de nosotros que a veces homenajea a Bartleby, el pibe indolente que pateaba cosas hacia adelante con una culpa moderada. Miguelito, el de las lechugas en la cabeza, quizá el más niño de todos, la inocencia y la ensoñación permanente. Mafalda, fan de The Beatles y enemiga cruzada de la sopa, pequeña demonia versada en política nacional (“¿¿El palito de abollar ideologías??”) y convulsiones internacionales, cuajaba el panorama interactuando con ellos y con su propia incredulidad. En la cuadra, en la plaza, en la escuela, en los módicos livings de clase media de sus personajes, Quino ya estaba representando el mundo.
Pero aunque en sus pibes se figuraba el mundo cruel y a veces inexplicable, el mendocino nunca fue un nihilista. La profunda humanidad de Quino hizo de Mafalda una tira tan popular, porque además el dibujante observaba a los únicos mayores que aparecían con regularidad –los sufridos padres de Mafalda- con afecto y comprensión. Si a Susanita solo le interesaba casarse y ser una señora de su casa con hermosos bebitos, Raquel, la madre de Mafalda, era el recordatorio de la cárcel hogareña y los sueños frustrados, y la invisible madre de Libertad una muestra de que había un camino feminista. El padre era una concentración del porteño medio, atado a un trabajo oficinista que le permitiera esos módicos quince días en la playa, con el humilde sueño de llegar al Citroen 3CV. En todas esas criaturas, en la dulzura con la que retrataba sus deseos, sus miserias y obsesiones, queda patente cuánto las amaba el hombre del plumín.
Y porque las amaba tanto, un día decidió decirles adiós.
No es que Quino dejara Mafalda para volcarse a otras formas de la historieta. En 1973, cuando dejó de hacerla, el dibujante hacía tiempo que se dedicaba también a las “planchas” en las que fijaba otra faceta de su estilo. Todo formaba parte del mismo universo, de las inquietudes de un tipo que sabía que su arte podía generar un efecto humorístico con regusto amargo pero no iba a abandonar sus convicciones en pos de una expresión más complaciente, apta para todo público. De cualquier manera, lo suyo era universal. Lo sigue siendo.
Si entre los fans de Los Simpson es recurrente la frase que, ante un hecho de la realidad, señala “Es como ese capítulo en que…”, la obra de Quino puede ser observada con la misma óptica. La viñeta reaparece una y otra vez pero en días recientes, en el debate público sobre el aporte extraordinario de los más ricos, las redes sociales viralizaron nuevamente esa plancha en la que un grupo de hombres trajeados interpela al pobre tipo que rema solo en un mar encrespado: “¡¡¿Cómo que no rema más?!! ¡¡Me extraña, Fernández!!! ¿¿Estamos o no estamos todos en la misma barca??”. La coincidencia de apellidos con el primer mandatario y la vice es solo una anécdota, lo que importa es el espíritu. Quino, que comenzó a publicar en 1954, es fuente inagotable de memes del siglo XXI. En la tarde de ayer, el manicomio habitual de las redes sociales –especialmente Twitter- se volvió un remanso de belleza y creatividad, una andanada interminable de dibujos, frases, viñetas, expresiones agudísimas de las mismas preocupaciones de hoy. Nada resultó viejo o fuera de foco.
Pero no se trata solo de la rotundidad con la que esos cuadritos destilan ideas que no pierden vigencia, la tinta que refleja a potentes, prepotentes e impotentes. La “industria” del meme abunda en ejemplos burdos, de trazo grueso o francamente panfletario; el trabajo de Quino pone un toque de distinción en el recurso, lo distingue con sutileza y subtexto. Por eso aparece el consuelo frente a lo irremediable de la muerte, por eso uno se resiste a hablar en pasado y seguirá conjugando a Joaquín Salvador Lavado en puro presente, como corresponde a los creadores que atraviesan el tiempo. Y porque todo eso lo hizo él, pero retrata lo que hicieron, lo que hacen otros. Y sobre todo, nos sigue hablando a nosotros.
Nosotros ahí andamos, buscando una curita para pegarnos en el alma. Deseando fundirnos en un abrazo lleno de lágrimas con esa piba inolvidable. Huérfanos, todos.
Los huerfanos buscaremos en las redes poder encontrarnos de nuevo con la magia de esa tinta, para no extrañarlo tanto nos quedamos con esta entrevista de no hace tanto tiempo, que hoy ya nos parece demasiado.
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