Las tiendas de libros se han convertido en espacios de resistencia y encuentro. Las mujeres impulsan la capacidad transformadora de la lectura
Cuando la escritora y librera Petra Hartlieb (Múnich, 1967) escribió estas líneas, ya era consciente de lo difícil que le resultada discernir entre su vida y su librería, entre ella y uno de los libros que vendía: “Una obsesión que solo se puede entender cuando una misma está poseída por ella”. En su libro Mi maravillosa librería, publicado por Periférica hace tres años, hay una librera que, cuando descansa, lee; que, cuando pasea, piensa en sus lecturas; que, con sus amigos, habla de libros. Es decir, una librera también es su librería. Y una librería es un desafío, como lo es pasar de los sueños a la realidad: entusiasmo, confianza, sacrificio, dedicación y tormento. “Trabajo, trabajo y más trabajo”, cuenta Hartlieb, escritora, lectora, librera, madre y pareja sobre su experiencia en “una librería [la suya, bautizada con su propio apellido, Hartlieb] pequeña, tradicional y de barrio que se convirtió en el núcleo indispensable de la vida en comunidad de una ciudad europea en el siglo XXI”.
El futuro de las librerías está en manos de las libreras, ¿por qué? Las mujeres representan casi el 60% de los empleados fijos del sector de las librerías. Así lo descubre por primera vez el estudio de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL), que ahonda sobre la salud de estos comercios. Este dato es llamativo comparado con los de empleo cultural en España, donde los porcentajes son inversos a los arrojados ahora: en 2018, el 39,1% de los trabajadores culturales fueron mujeres (casi 270.000 personas), y hombres, el 60,9% (420.000 personas).
La brecha lectora entre los hombres y las mujeres es muy profunda en la adolescencia y siguientes años. ¿Alguna razón para ello? “Vivir en un sistema patriarcal te hace darte cuenta de las injusticias antes que los hombres”, apunta Elorduy. Las mujeres, dice, se piensan y se leen más que los hombres porque buscan su propia historia.
La lectura es “una actividad emocionante y estimulante”. Te hace “ser más feliz”. Eso es lo que piensan las lectoras y así lo refleja el último barómetro de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). “Para tener cultura no hace falta leer libros”, esto es lo que piensan la mayoría de los hombres encuestados en el mismo estudio. “Hay otras actividades de ocio más entretenidas que leer”, insisten ellos en este informe.
Lo que no cuenta el estudio es que las mujeres han hecho de las librerías lugares de resistencia. Ahora son espacios de encuentro y conversación, de reflexión: “Estamos convencidas de que la lectura puede transformar”, cuenta la escritora Marta Sanz.
Durante años se ha considerado un territorio sin importancia, pero han sido las mujeres las que han hecho de estos espacios lugares dedicados al debate. Tanto Lola Larumbe (en Alberti, Madrid) como Alejandra de Diego (en Berbiriana, A Coruña) indican que han encontrado en los clubes de lectura un gusto por la conversación y el diálogo entre mujeres. Ellas son mayoría absoluta en estas actividades
La nueva librería es un terreno colectivo abierto a las lógicas comunitarias propias de las mujeres. “Los hombres deberían aprender a crear estas redes de encuentro y solidaridad”, apunta Clara Ramas, filósofa y política —es integrante de la formación política Más Madrid—. Para ella es normal que haya más libreras, porque las mujeres son las que se han encargado del cuidado y de la transmisión del conocimiento a lo largo de la historia. Además, cree que en las librerías se trasciende el acto de compraventa. Un libro detiene el curso natural de los acontecimientos mercantiles.
“Estamos acostumbradas a inventarnos el mundo”, mantiene Pilar Eusamio. Esta facultad femenina de la que habla esta librera en Los Editores (Madrid) casa a la perfección con la habilidad de gestión de economías exiguas. En el estudio de CEGAL se especifica que la mitad de las librerías no alcanzan a facturar más de 90.000 euros anuales, lo cual las deja al límite de la supervivencia. En Madrid —segundo mercado nacional del libro tras Cataluña—, cada año cierran el doble de las que abren, según el recuento del Gremio de Libreros de la comunidad. El “sexo débil” tampoco existe en las librerías. Son espacios en los que toca mover cajas, escaparates, imaginar talleres, adaptarse a todas las labores… Y conciliar con la vida personal.
La de Petra Hartlieb es una vida de librera y escritora como las de Helene Hanff y Penelope Fitzgerald, que contaron en sus novelas 84 Charing Cross Road (Anagrama) y La librería (Impedimenta), respectivamente. Las tres escritoras retratan a mujeres soberanas, obsesionadas y apasionadas, protagonistas de historias con más esperanza que melancolía. Conchita Quirós, dueña del establecimiento Cervantes, en Oviedo, también lleva una librería dentro: “No me casé, pero la librería es mi novio, es mi amante y mi marido. Aquí he conocido a gente interesantísima”, asegura. Dice, orgullosa, que si volviera a nacer sería librera otra vez.
Las mujeres no solo leen más, sino que se forman más en lengua y literatura. Es el argumento que Consuelo Fociños, del equipo comercial de Planeta, exlibrera, aporta para explicar el gran número de mujeres en el sector. Las licenciadas en Filología son mayoría, “casi un 70%”. Una formación que puede culminar en una librería o en una carrera como autora.
Con todo, los datos que el ISBN ha mostrado por primera vez este año desvelan que las editoriales publican el doble de obras de hombres que de mujeres. En 2018 hubo 34.183 títulos de ellos frente a 17.801 de ellas. En la categoría de “creación literaria” (desde novela a poesía), ellos publicaron 9.370, y ellas, 5.227. Más lectoras y libreras que autoras.
Por PEIO H. RIAÑO para El Pais