Al menos cuatro novelas negras en sus distintas vertientes escritas por mujeres en la Argentina y publicadas por editoriales grandes, medianas y chicas cerraron 2018: Errantes (Planeta), de Florencia Etcheves; Malos hábitos (Del Nuevo Extremo), de Patricia Sagastizábal; Mala leche (Adriana Hidalgo), de Alicia Plante y La insurgencia cochina (Casa Brandon), de Carolina Cobelo.
Y en febrero de 2019, Claudia Piñeiro se convirtió en la primera latinoamericana en recibir el premio Pepe Carvalho en el festival Barcelona Negra, que comanda el español Carlos Zanón. Su novela Elena sabe, de 2007, se reeditó en España (y en Alfaguara Argentina). Otras reediciones recientes, como la de Le viste la cara a Dios (Flash), en formato ebook, de Gabriela Cabezón Cámara, o Quién mató a la cantante de jazz, de Tatiana Goransky por el sello mexicano Nitro/Press, se suman a nuevos libros en proceso de escritura o que esperan ser publicados en un año promisorio para el género en sus dos acepciones: negro y mujer.
Algunos van a presentarse en la Feria del Libro de Buenos Aires y se vislumbra su condición de “exportables” en un contexto internacional de lo que Goransky, invitada a festivales del género en distintos puntos del mapa, bautiza como megasuperboom y que remonta a 2009, post caída de las bolsas y derrumbe del sistema financiero occidental.
Cada vez más escritoras se suman a las “reincidentes” en esta nueva “ola negra”, algunas incluso debutan en la literatura por el portón de la muerte violenta ficticia, tanto en su vertiente de enigma, con detective y búsqueda de la verdad, o despojadas de esa segunda trama, la de la investigación, y centradas en el crimen, en la venganza o, incluso, en una guerra insurgente. Porque el que cultivan las mujeres es un género en el que las normas se transgreden constantemente. De eso se trata. De la transgresión. Incluso, de la transgresión al secreto cabalístico que consiste en no contar jamás un trabajo en proceso: aquí, las autoras no solo hablan de sus libros cerrados, sino que nos dejan espiar en las obras en proceso.
Algunas novelas se centran en zonas y lenguaje marginales y otras espían en las rajaduras de la “alta sociedad”. Las primeras se ubican en la línea de La virgen Cabeza (Eterna cadencia, 2009), de Cabezón Cámara, protagonizada por la pareja de una periodista lesbiana y una travesti villera. La figura de la travesti también aparece en Lola, la amiga de Ruth Epelbaum, protagonista de la serie de novelas de la autora entrerriana María Inés Krimer publicadas entre 2010 y 2013, Sangre Kosher, Siliconas exprés y Sangre fashion, en la serie Negro absoluto de editorial Aquilina.
Con estos antecedentes, y altas dosis de humor, se enmarcan las nuevas novelas LGBTQ dentro del género, como la “ópera prima” Ninfas de otro mundo (Iván Rosado, 2016), tres relatos largos de la escritora rosarina Melina Torres, con su pareja de policías, Silvana Aguirre, lesbiana, y su colega gay Ulises Herrera, donde tienen que ocuparse, entre otros crímenes, de un travesticidio. Torres también apunta a la serie: “Ahora estoy terminando una novela con los mismos personajes, según dicen, la primera dupla de detectives gay de la literatura argentina”. Y espera que se publique este año.
Una pareja de policías, el Comisario Juánez y su compañera, “Pipa”, también protagoniza las novelas de Florencia Etcheves, periodista de policiales que dejó los medios para enfrascarse en la literatura, y que está trabajando en la continuación de Cornelia (2016), que fue llevada al cine como Perdida, de Alejandro Maci. “Los casos de mis novelas son de ficción pero las mecánicas criminales son reales -comenta Etcheves-. Cornelia Villalba no existe, pero hay miles de chicas en todo el mundo víctimas de la trata para explotación sexual. Necesito hablar de ella y contar qué pasó con Cornelia”.
Otro debut negro es el de Carolina Cobelo, con La insurgencia cochina, una novela que tensa al máximo las fronteras del género y del lenguaje y que imagina en forma de ucronía una resistencia armada gay, lesbiana y trans contra una invasión norteamericana post guerra de Malvinas, donde la muerte y el sexo violentos son ley.
Cobelo marca diferencias: “En La Insurgencia…, que presenta una gesta colectiva (a diferencia de la novela negra como gesta individual), hay dos tipos de violencia: la que está dada en la sociedad, pero también la que los personajes toman y reivindican como modo único de transformación social”.
Ahora, Cobelo vuelve a los 80 y se mete con ese otro género tangencial, el espionaje, en El mundo se derrumba, cariño, “una suerte de novela de espías en clave paródica que relata las peripecias de Ronald Reagan y Nancy Reagan durante la segunda presidencia del mandatario. Comienza en 1986, cuando la enfermedad del presidente da sus primeros signos y Nancy Reagan comienza con su obra magna: llenar los vacíos del presidente con ideología de izquierda, ya que Nancy es en realidad una agente de la KGB”.
En los márgenes del conurbano boanerense se sitúa Cometierra, de la debutante Dolores Reyes, que publica en mayo editorial Sigilo, y que tiene como protagonista a una chica, devenida especie de santa popular en vida, a quien los familiares de personas muertas llevan botellas con tierra del cementerio donde están enterradas sus muertas para que “pruebe” y aporte datos. La autora enumera los elementos “negros” en su novela: “Los asesinatos, la falta de interés policial por las mujeres muertas, la tristeza que generan los femicidios, la angustia que las desapariciones y la muerte provocan en los afectos. No solo la van a buscar los familiares, también la policía. Cometierra y el género negro se nutren de los mismos materiales sociales”. Reyes trabajó su libro en el Espacio enjambre, en un taller con Selva Almada, autora de una novela que roza los bordes del género, Ladrilleros (Mardulce 2013), y que en su no ficción Chicas muertas (2014) narra una investigación sobre tres casos de femicidios de adolescentes pobres ocurridos en los 80.
En la otra punta del arco social, están los libros que siguen la línea de Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro. Esta novela, que se alzó con el Premio Clarín de Novela en 2005 y fue adaptada y llevada al cine por Marcelo Piñeyro en 2009, no solo catapultó a su autora a la “fama”, sino que abrió las compuertas para que otras se animaran, o incluso para generar cierta demanda en el mercado editorial. En esa dirección, la historiadora Inés Arteta acaba de publicar su novela, Los caimanes (Libros del Zorzal), una libre ficcionalización del caso García Belsunce, que también ocurre en un country. La novela fue finalista en el festival Buenos Aires Negra (BAN) en 2014.
“Terminé Los Caimanes un mes después de que Claudia Piñeiro ganó el Premio Clarín. El timing fue impresionante y durante años, cuando pitcheaba la novela, me respondían que ya había una novela-country -cuenta Arteta-. Si bien en Las Viudas…, los que mueren son varones, comparten el contexto de barrio cerrado. Antes de que el feminismo tuviera la fuerza que tiene ahora, notaba que el femicidio era considerado algo que sucedía solo entre la gente de pocos recursos. Cuando la sociedad estuvo segura de que el asesino de García Belsunce fue el marido, Carrascosa, advertí que lo que no se comprendía que para la aristocracia-country, lo que hicieron apenas encontraron a la mujer muerta al lado de la bañadera, es absolutamente normal: apurarse en enterrarla y para eso fraguar la hora en que murió, así apurar el entierro. O botar “pitutos” a la basura en pos de la asepsia y solo pensar en ellos dos semanas más tarde (porque un asesinato era inconcebible, solo podía tratarse de un accidente)”.
Piñeiro, que había “abandonado” el género negro en sus últimos libros, desde Un comunista en calzoncillos, promete volver al ruedo con una historia que recién empieza a gestar. “Estoy escribiendo un policial a mi estilo, tal vez incluso más que otras de mis novelas: tiene asesinato y búsqueda de la verdad, pero también otros elementos”, dice.
Otra “reincidente”, la escritora y psicóloga Alicia Plante, que en su “trilogía del agua” y en La sombra del otro (2016), se movía en historias de clase media, se salió de su registro habitual en Mala leche, una novela con lengua villera, donde vuelve a aparecer como detective el juez en lo penal, Leo Resnik. En su próximo libro, El menor, Plante cuenta la historia de dos hermanos muy diferentes entre sí. Uno de ellos, Nico, desaparece, y el otro, Aníbal, debe buscarlo. “Es una novela negra -señala Plante-, porque como siempre, está la crítica social al miserable medio empresario en el que se mueve Aníbal, a las mentiras, voluntarias e involuntarias, que generan el dolor, la tragedia, la muerte, la soledad”.
En 2014, Solange Camauër fue la primera mujer y latinoamericana en obtener el Premio Internacional de Novela Negra Getafe-Madrid con su novela Sabiduría elemental, que Edaf publicó en España. En esa novela que juega con los límites del policial clásico, de enigma, un escritor al que se conoce solo por su apellido, Katz, aparece asesinado en su escritorio. El que se pone al hombro la investigación es su hijo Félix, antropólogo, que también será el “detective” en la segunda novela en el género de Camauër, Amores que se van. “Félix Katz está de visita en el Paraje Vagues (cerca de San Antonio de Areco) y debe ayudar a su amigo Santiago porque lo culpan del asesinato de su amante que aparece molida a golpes en medio del campo. Félix descubre al asesino y reconstruye la secuencia y las motivaciones del crimen, pero tiene dificultades para encontrar la pruebas”, adelanta la autora.
Sabiduría elemental podría enmarcarse en otra vertiente del género, y es el policial intelectual, que explotaron muchos de los autores publicados en la célebre colección Séptimo círculo, con escritores como protagonistas. La cultura “alta”, pero también el humor, son elementos que esta novela comparte con El rapto (Vestales, 2017), la primera de la periodista Miriam Molero, en la que el secuestro de un semiólogo por los miembros de una Iglesia y un video porno disparan una trama original y delirante, y donde también es el hijo el que investiga, junto con una ex alumna del secuestrado.
“Vuelvo con un thriller a fin de año -adelanta Molero-, de alta violencia erótica, anclada en el aquí y ahora de una ciudad de provincia donde tres chicas ponen en juego su cuerpo en el sentido erótico y en sentido de la propia vida. No hay reflexión, hay cuerpos en movimiento puro intentando someter y someterse, vivir y sobrevivir en un pantanal”.
Entre las periodistas que se le animan al policial se puede nombrar también a Paula Rodríguez, que viene cultivando el humor como género (forma parte del staff de Revista Barcelona y es coautora de las tres Guía inútil para madres primerizas, junto con Ingrid Beck), y tiene en gateras una novela para ser publicada en una “importante editorial”, que parte de un accidente de tren “real” para armar una trama ficticia de ramificaciones familiares y delictivas, con un lenguaje que se asoma a los márgenes pero no abusa. “Me interesa el realismo y, tal vez porque vengo del periodismo, contar el presente. Mi novela no tiene enigma en el sentido clásico. No se pregunta ¿cuál es la verdad? sino más bien ¿qué verdad se saldrá con la suya?”, comenta Rodríguez.
Como en El rapto, la Iglesia y sus oscuridades están en el centro de la trama de Malos hábitos, de Patricia Sagastizábal, donde una novicia es asesinada en un convento, y una monja, la hermana María, se involucra en la investigación que lleva adelante un comisario, Obineta. Otra institución, la médica, es puesta en juicio en el libro que Sagastizábal está trabajando, donde, según cuenta la autora, “una científica argentina que dirige un Instituto de Investigaciones en los Estados Unidos, al hallar la cura de una enfermedad se encuentra ante una encrucijada que decide afrontar, sin imaginar que ha desencadenado en los enfermos efectos no deseados que la enfrentarán con el peligro y las sospechas de un crimen que recaen sobre ella”.
Las autoras mujeres suelen armar “equipos de investigación”. Duplas, pero también grupos. Como es el caso de Krimer, donde Ruth Epelbaum, además de su amiga travesti Lola, cuenta con la ayuda de Gladys, su empleada doméstica (shikse en idish). En Noxa (Revolver, 2016), Krimer cambia de detective y elige a Maria Meyer, una periodista cuya saga continúa en Cupo, que se publica en junio. “Cupo surge de una charla con una amiga que ocupa un cargo importante en un sindicato. Estábamos hablando del lugar de las mujeres en los gremios y dijo: ‘Cuando hablamos en las asambleas, los hombres se paran para mear o fumar un pucho’. Volví a casa y anoté la frase. Después, fue definir la trama, la urgencia de la escritura y la marea verde que arrasó con todo. Al terminar su viaje en Noxa, Marcia descubre su embarazo producto de una relación con un médico casado y tiene que tomar una decisión”, cuenta Krimer.
También “hay equipo” en Los motivos del lobo, de la guionista Liliana Escliar, cuyo protagonista es un médico forense, Parodi, que perdió a su hija, y que antes de ser libro fue serie de televisión. Escliar (que trabajó con la periodista Marisa Grinstein en el guión de Mujeres asesinas) corre contra reloj dándole los retoques finales a la secuela, Tumbas rotas. “La acción comienza un año después -dice Escliar-, con una provocación muy fuerte de El Lobo al forense. Lo de ellos es algo personal, que excede lo policial. A esta altura empiezo a creer que ambos se necesitan para existir. Parodi vuelve a la investigación tan desprolijo, adorable y cabrón como siempre (yo estoy enamoradísima de él)”, “confiesa” Escliar.
En la línea clásica, aunque con la “licencia” de lo fantástico (otra forma de transgredir las reglas del género), Gabriela Urrutibehety trabaja en una novela “que retoma el escenario de novelas anteriores, el pueblo costero de San Augusto. Como en Con la muerte a cuestas (Letra Sudaca, 2014, donde hay un suicidio de un padre y la desaparición de una hija en la última dictadura), acá hay cosas que todos saben pero nadie quieren contar, un universo pueblerino que muestra la mugre que hay debajo del ‘nos conocemos todos’ y ‘somos todos buena gente’. La intriga tiene que ver con un aparato que modifica el tiempo y ese es el punto fantástico, aunque no sea una novela fantástica stricto sensu. Y hay una investigadora, una periodista desocupada, que arma el rompecabezas del enigma que se presenta en el inicio. La verdad se descubre al final por la intervención de una investigadora”, dice Urrutibehety.
Los viajes al pasado son el sello de otra autora, única en el universo del policial producido por mujeres argentinas, que trabaja con la historia, Mercedes Giuffré, a través de la saga ubicada en el Buenos Aires virreinal y protagonizada por el médico-detective “mitad gallego mitad, británico y un adelantado a su época”, como lo define su autora, Samuel Redhead, desde Deuda de sangre (Suma, 2008) hasta Almas en Pena (2017), donde también hay un viraje hacia lo fantástico, un género en el que Giuffré ahonda en la novela que está escribiendo, para luego, promete, volver a Redhead, “porque falta una quinta novela de cierre de la serie que va a ser bien policial. Una suerte de despedida de esta etapa, al menos por un tiempo”.
No están todas. Esta intenta ser una muestra representativa de un fenómeno que recién empieza pero que ya se vislumbra federal, protagonizado por escritoras de diferentes en estilos y propuestas, pero con un denominador común: la calidad en la escritura.
La “ola negra”, con toda su riqueza, vino para quedarse, para levantarse, para crecer, para romper todas las orillas.
Por Gabriela Saidón para Infobae https://www.infobae.com/america/cultura-america/2019/04/22/la-ola-negra-radiografia-del-boom-de-las-escritoras-argentinas-en-la-novela-policial/